Violencia contra la mujer, sí. Inmigración, no

No parece casual que el hecho coincida con un giro en la posición del PP, con Feijóo dando incluso pábulo a la historia de los vuelos secretos nocturnos y alertando de un efecto llamada

Carlos Mazón y Vicente Barrera.

Carlos Mazón y Vicente Barrera. / EP

Alfons Garcia

Alfons Garcia

El debate superficial de estos días es la edad del presidente y candidato estadounidense, menguado de facultades a los 81 años, y la de su rival, de 78. Menos se habla de los 28 años del ultra que puede ser primer ministro de Francia el domingo. O de los 34 del macronista que ocupa ahora el cargo. No sé qué es peor, si la gerontocracia o la glorificación de lo joven. Me recuerdo a los 28 y me veo poco cocinado, aunque me creyera el rey del mundo. Quizá a Jordan Bardella le pase lo mismo, solo que sus errores tendrán alguna trascendencia mayor que los míos.

En todo caso, el debate profundo en estos días en Occidente es el de la inmigración. Es el eje político en Estados Unidos, Francia, Reino Unido, casi toda Europa y también en España, aunque las cosas del Supremo, el Constitucional y la solución final a lo de Cataluña puedan nublar la vista. El punto clave del presente y el futuro es qué hacer con los extranjeros pobres que intentan entrar en este Primer Mundo.

En España el foco caliente es Canarias, pero el debate se centrifuga ante la urgencia de repartir esta población en el resto de territorios por una cuestión de espacio y lógica (no puede convertirse alguna isla en un gran centro de internamiento).

El discurso radical

Es el debate sobre el que ha crecido el discurso radical, desde Vox a Alvise. Es un debate que parece que perturba solo a la derecha, pero que debería ser el gran debate (y serio) entre todas las fuerzas políticas. No puede reducirse al mensaje xenófobo de la expulsión, del odio al otro y de la fusión de extranjería y delincuencia. Pero es absurdo pensar que una política de puertas abiertas de par en par pueda ser válida, por mucho que la economía diga que se necesita mano de obra (y barata) de otros continentes. Al menos, el proceso actual de acogida está comprobado que deja demasiados boquetes, con una deficiente atención (en especial a los menores no acompañados) y con los problemas de convivencia que ello provoca en barrios que ya arrastran demasiadas carencias.

La onda expansiva de esta realidad ha llegado también a la Comunitat Valenciana. No creo que sea casual que el president, Carlos Mazón (el máximo representante del PP en el territorio), haya rectificado (con acierto) a la consellera de Justicia, Elisa Núñez (Vox), por cambiar en el curso para policías locales la que hasta ahora era asignatura de Violencia de Género por Violencia Intrafamiliar (será finalmente de Violencia contra la Mujer) y no haya hecho lo mismo con la materia de Extranjería. La misma conselleria ha decidido que sea ahora de Extranjería, Inmigración Ilegal y Delincuencia, con la odiosa y peligrosa conexión de ideas de todos los radicales de Europa.

No parece casual que el hecho coincida con un giro en la posición del PP, con Feijóo dando incluso pábulo a la historia de los vuelos secretos nocturnos y alertando de un efecto llamada. El PP ha decidido cambiar el paso y pasar de un discurso moderado a uno que se aproxima al de Vox en este campo. Puede que funcione y radicalizar el discurso evite el crecimiento de los de Abascal por esa vía, como en Francia. Pero los peligros de tensión social en la calle están ahí. Señalar y generalizar es siempre injusto. Hace falta una mejor política migratoria, sí, pero se necesita con seriedad y diálogo, no con radicalidad. Por mucho que dé réditos en Europa en este tiempo de zozobras.

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