Rafael Brines

El próximo mes de julio se cumplirán diez años de que marchó de este mundo uno de los valencianos más universales, Joaquín Rodrigo Vidre, cu?yo renombre internacional tiene el incremento valioso de que toda su trayectoria musical la llevó a cabo bajo una ceguera total que, según él reconocía, fue el acicate para seguir siempre buscando al?go más de lo ya conseguido.

UN TRIUNFO EN SU SAGUNTO NATAL

Había nacido en Sagunto en 1901, y a los tres años, a causa de una difteria, perdió totalmente la vista; un año después ingresó en Valencia en el colegio de niños ciegos.

Su historia nos la relató el propio maestro en su casa madrileña, porque tuvimos un introductor y presentador especial; y es que en el año 1954, cuando este cronista se iniciaba en el Periodismo, su profesor de Literatura, Francisco Sánchez Castañer, en un descanso del estreno de la obra La destrucción de Sagunto, de la que aquel catedrático era coautor, nos presentó al académico José María Pemán y al creador de la música, el maestro Rodrigo, y dijo a ambos que este chico estaba a punto de ingresar en la Escuela de Periodismo, en Madrid, y que allí les visitaría. Ambas personalidades tuvieron la generosidad de atendernos en sus domicilios de la capital, y aún conservamos la fotografía en la que el maestro Joaquín Rodrigo toca el piano en el salón de su casa, sin otro público que el modesto aspirante a repor?tero y hoy ya veterano periodista.

UN RELATO DE SUS INICIOS Al tiempo que tocó el piano solamente pa?ra este -entonces- aprendiz, nos fue contando sus experiencias de niñez y juveniles en Valencia, que escribimos en una sección del diario Jornada que titulábamos Usted estudió en Valencia.

El colegio "estaba en la calle del Conde Montornés -nos comentó- y lo regían unas monjitas; el sostenimiento aún no corría a cargo del Estado, como ahora, y dependía de las limosnas de algunos mecenas y caritativos".

Recordaba que estuvo en aquel colegio hasta los 17 años, y entonces pasó a estudiar música con el maestro Francisco Antich, que era organista de San Agustín.

Su trayectoria ya no decayó, porque estudió en el conservatorio y viajó por diversos países europeos, y guardaba especiales recuerdos de París y Turquía: en el primero conoció a su esposa, Victoria Khami, que precisamente era turca. En ella encontró el mayor apoyo para seguir produciendo música; y aún recordamos que, poco tiempo antes de su defunción, con motivo de un homenaje que le rindió la diputación provincial, le dijimos que, pese al tiempo que le conocíamos, no disponíamos de una dedicatoria su?ya; y, poco más o menos, nos dijo así: "Es que yo no sé escribir; lo que he de decir por escrito lo pone mi esposa; yo hago solamente un pequeño garabatito que sirve de firma." Y, en efecto, en más de un libro de honor de establecimientos hemos visto repetido ese ligero dibujo.

Establecido definitivamente en Madrid hace setenta años, desarro?lló una amplia actividad musical, tanto como catedrático como en la creación que es ampliamente conocida. Fue designado hijo predilecto de su ciudad natal, de Sagunto; fue académico de Bellas Artes, y entre las muchas condecoraciones ostentó la de Marqués de los Jardines de Aranjuez, ya que el concierto dedicado a dicha localidad madrileña y su aportación a la exaltación de la música de guitarra le hizo acreedor a esta distinción. La cantaora Niña de la Puebla, también invidente, recordaba que acompañó al maestro Rodrigo cuando se estrenó este voncierto en Sevilla.

Van a cumplirse diez años de que este compositor, virtuoso por haber superado una dificultad pa?ra defenderse de los papeles, se marchó para siempre en persona, aunque dejó una herencia musical que pervivirá por mucho tiempo. Y es un orgullo para los sagun?tinos y para todos los valencianos que un paisano supo vencer el mayor inconveniente que puede enfrentarnos a la vida.