Rafel Montaner, Valencia

La herida más sangrante que dejó la Guerra Civil fue la de los miles de niños, hijos de presos republicanos, arrebatados de sus padres para ser reeducados en los principios del nacionalcatolicismo. Este drama ha sido devuelto a la actualidad por el juez Baltasar Garzón, que en el auto en el que se inhibe para investigar los desaparecidos del franquismo, alerta de que la dictadura "pudo haber propiciado la pérdida de identidad de miles de niños en la década de los años 40", al arrebatárselos a sus padres para educarles en la afección al régimen.

El historiador catalán Ricard Vinyes, profesor de la Universitat de Barcelona, en su libro Irredentas. Las presas políticas y sus hijos en las cárceles de Franco (Temas de Hoy, 2002) cifra en más de 42.000 los niños que fueron apartados de sus padres entre 1943 y 1954, para ser tutelados por instituciones públicas o religiosas según los datos del Patronato estatal -primero de la Merced y después de San Pablo- para la redención de penas por el trabajo, que también era el encargado de gestionar el acogimiento de los hijos de los reos.

Vinyes, en conversación telefónica desde Barcelona, sin embargo, aclara que esa cifra "podría ser mayor, puesto que en ningún Libro de Registro de las 17 prisiones de mujeres provinciales y centrales que he investigado se anotaron los hijos de las presas, en ninguno... Y eso, aparte de ser absolutamente ilegal, es el drama de estos niños, pues no sabemos cuántos entraron en las cárceles".

Dos de esos miles de niños robados a sus progenitores, Vinyes recalca que "en el momento mismo que los hijos de las presas pasaban a depender del Patronato de la Merced sus padres perdían automáticamente la tutela de los mismos", son los valencianos Vicente y José Antonio Muñiz, dos hermanos que tenían seis y cuatro años cuando sus padres fueron fusilados en Paterna el 5 de abril de 1941.

"En la cárcel dormíamos en el suelo"

Vicente apenas tenía 5 años cuando el y su hermano, con el que se lleva 14 meses, entraron en la cárcel de mujeres habilitada en el convento de Santa Clara con su madre. "Dormíamos en el suelo, al lado de mi madre, en la celda había muchas mujeres con niños y dejaban encendida una luz coloreada pequeñita que había en el techo para poder ir a orinar por la noche", recuerda.

Vicente añade que siempre había una monja de guardia vigilando y que había tanta gente que "siempre me desorientaba cuando volvía de orinar y mi madre me guiaba con la voz para que no me perdiera".

La situación del penal de Santa Clara, que por aquella época según revela el historiador Manuel Girona en Una miliciana en la Columna de Hierro, María la Jabalina (Universitat de València, 2007) contaba con 900 reclusas -la Prisión Provincial de Mujeres de Valencia estaba saturada con casi 1.500 detenidas- era lamentable. Vicenta Verdugo, del Institut d'Estudis de la Dona de la Universitat, escribe en el catálogo de la exposición Preses de Franco que se acaba de publicar que las celdas "habían de ser compartidas entre ocho reclusas en unas condiciones higiénicas penosas".

Infanticidio en Santa Clara

De hecho, el historiador Vicent Gabarda añade que la prisión de Santa Clara "presencia un auténtico infanticidio por falta de condiciones sanitarias". Según cuenta Gabarda en Els Afussellaments al País Valencià (publicado en 1993 y reeditado el año pasado por la Universitat), en las prisiones de mujeres de la Comunitat murieron 39 hijos de presas republicanas, 29 de ellos en Valencia.

Tras el fusilamiento de sus padres, los hermanitos Muñiz fueron internados en el asilo de San Francisco Javier del barrio de Campanar, un orfanato religioso sobre el que ahora se levanta la actual Conselleria de Educació.

Regentado por las monjas de la Caridad de Santa Ana y San Joaquín, para Vicente aquellas religiosas "de caridad no tenían nada pues nos trataban a garrotazo limpio, el palo no se lo quitaban ni para dormir.". Relata que la "inmensa mayoría" de los 300 chicos y 200 niñas que había allí eran hijos de presas republicanas, con los que las monjas se ensañaban: "Nos decían que los rojos éramos de la piel del diablo y nos obligaban a cantar todos los días el Cara al Sol y Montañas nevadas, y nos repetían sin parar que el Caudillo era el Salvador".

Vicente también cuenta que un día quisieron darle en adopción: "Llegó un hombre diciendo que me quería adoptar un matrimonio que tenía mucho dinero y me iba a pagar los estudios para que me hiciera cura, a lo que yo me negué en redondo".