Tiene mérito. A pesar de ser un martes y a pesar de las amenazas procedentes del cielo, el barrio de Sant Antoni apareció ayer convertido en un inmenso campo de labor. Con asfalto húmedo en el piso, es verdad, que bien lo sufrieron las cabalgaduras, pero que cientos de personas acudieran al desfile de animales con motivo de la fiesta del patrón de los animales significa que hay liturgias que resisten cualquier inclemencia, tanto de calendario como meteorológica. Si no fuera porque el entorno es de calles, aceras y bloques de viviendas, parecía más bien una reunión en la plaza del pueblo. Que no viene mal a la hostelería de la zona, que hizo su particular agosto.

Está claro que no fue la locura del año pasado, cuando la fiesta cayó domingo y el desfile acabó casi a la hora del café. Pero no se puede cambiar porque, precisamente, no son pocos los pueblos que han trasladado sus festejos a fin de semana y el hecho de que Valencia siempre lo celebre el día 17 es lo que garantiza la presencia del grueso del desfile, los grandes carros. El labrador también le gusta este regreso a la capital, como hacían sus bisabuelos para traer mercaderías o suplicar al terrateniente de turno. El eterno regreso desde los campos a una capital en la que ya no queda prácticamente ningún sitio para las cabalgaduras, salvo para las de los cuerpos de seguridad, que se sumaron con sus mejores galas, incluyendo a la Guardia Civil.

Aun así, la asistencia de público y de participantes realzó la primera gran fiesta del calendario en la ciudad. Que, aunque es «de barri», trae a sus calles a personas procedentes de todas partes de la ciudad y de comarcas cercanas. Gusta llevar al animalito, sea perro, gato, pájaro, tortuga o cobaya, para que los curas les bendigan y se les de el típico panecillo. Algunos son auténticos clásicos del festejo. A pesar de la heterogeneidad de tamaños y razas, canes y félidos parecen darse una tregua y desfilan con orden, disciplina y sin desbaratarse. Los niños llegando apresuradamente tras la salida del colegio, pero no fueron pocos los que acudieron.

Después, el cortejo de carros, a cada cual más enjaezado, que conforme pasaban recibían uno de los innumerables trofeos que se entregan. Son legión los comercios de la zona que se suman a la fiesta antoniana. Hubo momentos de emoción, como la salida a hombros del presidente de la hermandad, Miguel Albors, que se despide del cargo dentro del relevo natural de intergeneracional en una fiesta que vive un buen momento. Hubo, eso sí, menos presencia institucional que el año pasado, cuando hasta Ximo Puig se dejó caer, en esta ocasión estaban Pere Fuset, Fernando Giner y Lourdes Bernal, ésta además vecina del barrio.