Color local

La ciudad de los partidos perdidos

Concejales de todos los partidos del Ayuntamiento de Gandia, en un acto con el alcalde

Concejales de todos los partidos del Ayuntamiento de Gandia, en un acto con el alcalde / Àlex Oltra

J. Monrabal

Aunque los partidos políticos con representación municipal –en el gobierno y en la oposición- intentan proyectar una impresión de total normalidad, por debajo de esa visión autocomplaciente asoma una realidad mucho menos amable. Más allá de lo que proclamen sus siglas y quienes las detentan, nunca había vivido la ciudad bajo condiciones políticas tan irregulares. Cada partido arrastra problemas distintos, pero evidentes, y lo sorprendente es que se pasen por alto como si esa situación general de la política local no fuese insólita.

Para empezar, el partido de la oposición carece de líder, sin que nada le empuje a llenar esa vacante seguramente hasta dentro de un año o dos, cuando la carrera electoral vuelva a comenzar oficiosamente y se haga necesario encontrar a un nuevo cabeza de lista. Curiosamente las dos visitas a Gandia de Carlos Mazón no han abordado (al menos públicamente) el estado actual del PP en Gandia mientras sus concejales intentan sortear las graves complicaciones internas reivindicando su papel fiscalizador del gobierno, que consideran, en general, poco valorado. Pero no reparan en la obviedad de que un partido sin líder no puede gozar del mismo crédito que cualquier otro mínimamente organizado, ni en que el actual portavoz popular es el blanco más fácil para un ejecutivo que saca puntualmente sus presupuestos adelante y en cada ocasión le recuerda sus responsabilidades directas sobre la deuda. Hoy el PP local es un partido atenazado entre la interinidad y la incertidumbre, que, en su actual estructura, todo el mundo sabe que no tiene futuro.  

Muy parecidos a los del PP –salvo en el hecho de que forma parte del gobierno- son los problemas de Compromís, que mantiene contra viento y marea a una lideresa con la que alcanzó los peores resultados electorales de la última década, sin que se sepa todavía a qué criterios de mérito, resultados o a qué planes responden sus acciones políticas. Instalando en un presentismo agónico, el futuro de ese partido, como el del PP, no es precisamente prometedor en su actual estado, otro hecho evidente que, sin embargo, no ha servido para incitar, a un año de la crisis que lo abrió en canal, una reflexión colectiva transformadora. Formalmente adscrito a «la izquierda», Compromís, en Gandia, se ha caracterizado por la ausencia total de discusión interna, de propuestas de partido a medio plazo, y por su negativa o incompetencia para marcar un perfil propio en gobierno del que participa. De hecho, como ya hemos apuntado en otras ocasiones, en Gandia Compromís ejerce a todos los efectos como un satélite del PSOE, sin que el partido mayoritario del gobierno haya sido objeto –ni siquiera ocasionalmente- de crítica alguna salida de las filas nacionalistas.

Si el PP y Compromís muestran, como hemos visto, graves anomalías, y el PSOE sigue obteniendo grandes réditos de ellas, no por eso los problemas de los socialistas son menos relevantes. Aunque sean muy distintos también son los que más afectan a los ciudadanos. Ciertamente el PSOE local no está afectado por conflictos de orden interno ni tiene problemas de liderazgo, y en ese sentido es la antítesis de los demás partidos, pero hoy arroja una imagen como formación «de izquierdas» que se ha ido evaporando desde la llegada de José Manuel Prieto a la alcaldía. Su deslizamiento hacia la derecha en aspectos que afectan a derechos cívicos elementales no puede discutirse. Hoy, por ejemplo, a ningún gandiense le asiste el derecho a contar con un gobierno aconfesional, mientras el alcalde sigue multiplicando aparatosamente su presencia en cuantos actos religiosos se celebran en la ciudad, por razones que no se toma la molestia de explicar ni sus socios de gobierno cuestionan.

Habría que preguntarse a qué PSOE representa actualmente el partido de Prieto. Pues, evidentemente, no es el mismo que representaba el otro día Diana Morant en el cementerio de Paterna, ni el que dirigía en sus tiempos de alcaldesa, cuando nada hacía pensar que su partido promovería en un grado nunca visto la confesionalidad y amnesia políticas que hoy son moneda corriente en el PSOE local. Tampoco es, ni será, el fervoroso PSOE de Prieto, (más preocupado por participar en procesiones, misas y novenas y en exaltar años jubilares y reliquias de santos que en recuperar los valores republicanos) el que hace unos meses reivindicaba Ximo Puig en Gandia como eje del «rearme ideológico» necesario para volver a gobernar la Generalitat, ni siquiera uno que pueda vincularse en sentido amplio a posiciones progresistas, puesto que hoy su mayor activo reside en un descarado giro hacia la derecha que vende como un signo de normalidad, «avance» y «moderación».

Que ese escenario político inédito en 45 años de democracia local vaya produciendo un creciente número de ciudadanos que alguien ha llamado «huérfanos representativos» (tanto más huérfanos cuanto más sentido crítico demuestran) era perfectamente previsible en una corporación que parece vivir de eslóganes, frases hechas y apariencias y en la que los partidos parecen haber dimitido de sus responsabilidades y principios, entregados a sus intereses privados. 

Gandia brilla: debe de ser un efecto de la dorada mediocridad, la rutilante estela que van dejando a su paso los partidos perdidos.