Una morada bulliciosa

La València del siglo XV era la ciudad más populosa de toda la península, y aquel trajín comercial dio paso al burdel más importante de Europa, configurando una barriada extensa y cercada por un muro, para que el ingente de visitantes tuvieran un cierto grado de impunidad.

bulliciosa

bulliciosa / Joan-Carles Martí

Joan Carles Martí

Joan Carles Martí

«La cuarta casa» era la más famosa de todas las viviendas del aquel populoso recinto y en ella habitaba una mujer hermosa que se convierte en el hilo argumental de esta magna novela, por su escenario, trama, desarrollo y desenlace, que son los cánones clásicos de la creación literaria. Desde: «A pesar de tener prohibida su apertura luego de las diez, la entrada de algunos hombres al burdel se prolongaba hasta la madrugada», la primera frase de La cuarta casa; hasta el desasosiego de Joan Clar, uno de los personajes claves, en la última frase del libro: «Se dio cuenta de que los tiempos eran de cambio, que nada permanecía estable y que, por encima de la capacidad del hombre para poder concebir nuevas ideas y para poder crear, la violencia y el dolor se imponían también, como una parte inexorable de la vida», han pasado nada menos que quince años de dedicación del autor.

Quince años sobre el siglo XV, en concreto tres años claves de nuestro Segle d’Or, es el resultado de estas casi mil páginas. La tendencia al perfeccionismo de Muñoz Ibáñez no merece menos, para la desesperación del editor, pero que el atento lector agradecerá. El escritor ficciona una València con un extremo celo de lo que fue aquella gran capital del Mediterráneo, con personajes reales y otros que, sin serlo, ya hubiéramos querido que fueran, o al menos que así nos hubieran explicado la historia. Porque La cuarta casa también es un extraordinario ejercicio de aproximación histórica a un tiempo y un espacio, como demuestran las más de 150 referencias bibliográficas que figuran al final del libro, por expreso deseo del autor.

Ese principio exquisito de ser fiel a los hechos, hacen que el escritor sea un meticuloso de la geografía urbana del XV, del momento artístico, político, religioso, militar, económico y cívico; también de las costumbres (incluidas las vestimentas, la gastronomía, las virtudes y vicios). Los primeros capítulos (de los 73) de La cuarta casa son una invitación a revivir el siglo XV valenciano. Muñoz Ibáñez va metiendo al lector en ese doble, a veces triple, plano de la València de noche y de día, la burguesa y la popular. De su paradisiaco burdel, a las conspiraciones eclesiásticas donde el Cap i Casal era la ciudad donde todo el mundo quería vivir, con su rey en Nápoles y su obispo en Roma, pero una ciudad que se va despojando poco a poco de las tinieblas medievales para entrar en el nuevo tiempo.

Sumergidos ya en ese hedonismo auténtico del primer tramo del libro, la novela atrapa con unas secuencias de crímenes, pasiones, traiciones y lucha por el poder, que bien podría ser una de las series de éxito. La novela es de una visualidad extraordinaria, ya que además del exhaustivo estudio bibliográfico, Muñoz Ibáñez recorre otra vez esa Ciutat Vella que tanto la apasiona y conoce. No solo sus templos, con su popular proyección artística (con especial atención a la Seu, que detalla a la perfección, me atrevería a decir que mucho más que algunos titulares episcopales pasados y presentes), sino también los nobles palacios de la época, así como los acotados barrios de cada una de las naciones, (como así se llamaban a los distintos gentílicos que poblaban la ciudad amurallada) y los conversos de procedencia árabe o hebrea.

Para contextualizar La cuarta casa en el saturado mundo literario, debería estar en las estanterías junto a La catedral del mar de Ildefonso Falcones, que contó con una exitosa producción audiovisual. También La cuarta casa lleva a El nombre de la rosa, no tanto por el argumento, sino por su autor, Umberto Eco, que sostiene que la literatura nos permite ejercitar nuestro patrimonio individual como colectivo. Ese es el legado de este libro, porque Muñoz Ibáñez realiza una aportación literaria con un giro ensayístico, donde demuestra que sí, que el poder siempre influye en nuestras vidas. En aquel momento, con sus majestuosas iglesias y acicalados palacios. Sin embargo, lo que acontece en una modesta casa de lenocinio puede cambiar el destino.

Porque como propone, y comparto, València, en sentido amplio, necesita una conciencia colectiva urbana para desprendernos de una vez de esa concepción agraria cortoplacista. Manuel Muñoz Ibáñez demuestra que para escribir hay que ser muy leído. Eco dijo: «El que no lee, a los 70 años habrá vivido solo una vida. Quien lee habrá vivido 5.000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás». Toda una vacuna contra el adanismo populista, como esta primera novela del presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, un paseo histórico por la emergente València culta y hedonista del siglo XV. El autor sostiene que si conocemos nuestra historia seremos más libres para decidir nuestro destino. Con esa clave de bóveda que ha demostrado sobradamente en el mundo del arte, construye un creíble relato histórico con tintes mágicos y alejado del moralismo.

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