¿Es usted un nómada del arte?

Lo más parecido a él. Cuando tenía 17 años Valencia era un desierto cultural. No llegaba nada. Vivíamos en una dictadura y desconocíamos lo que era el expresionismo o el informalismo. Decidí irme de este país. Me instalé en Alemania y después, en París. Dejé de viajar por Europa porque me sentía como en una cárcel. Entonces opté por irme más lejos. Ahora vivo entre Brasil, Valencia y Cuba.

¿Y cada vez que regresa qué piensa?

Que aún hay mucha mediocridad. Hablo de una sociedad a la que se le ha encarcelado, se le ha privado de sus manifestaciones más íntimas y sigue siendo muy pobre culturalmente hablando. Ahora bien, la idiosincrásica del valenciano es la de un ser conformista. Sólo sabe luchar de forma individual.

¿Dónde nos situamos?

Si hablamos de las artes plásticas ésta es una ciudad privilegiada. No hay muchas ciudades en el mundo de este tamaño y con tantos artistas por metro cuadrado. En éso sí somos afortunados.

A lo mejor es que no tenemos la mejor suerte con la clase política.

Ahí está.

Y como sólo parecen existir Calatrava y Valdés como referentes estéticos...

Calatrava estaría relacionado con la Batalla de Flores: fachada, fachada, fachada. En italia, en Alemania en muchas ciudades del mundo he descubierto grandes arquitectos y sobre todo a Oscar Niemeyer. He tenido la suerte de exponer en su museo de Curitiba y no hay voluntad alguna en él de destacar por su envoltura sino que está pensado para que las obras de los artistas destaquen. A sus 103 años, es un arquitecto que se involucra en los proyectos porque se los cree, lo hace por necesidad de expresarse y no por necesidad económica.

Es lo que ante hablábamos, la narcotización ciudadana.

Por supuesto. Y me sonrojo. Esta ciudad es un gran esperpento que yo intento no tener presente. Pero es que, cada vez que vuelvo me sonrojo cuando veo que todavía continuamos sin un proyecto de país, ni de ciudad, ni parezca que haya nadie con ganas de hacer algo magnífico.

¿Y a usted qué se le ocurre?

Para empezar, pensar qué hacer con el territorio. Tener claro qué queremos con el litoral. Habría que bombardear muchos ayuntamientos. Si yo fuera presidente del Gobierno quitaría absolutamente el poder a los alcaldes para que no pudieran decidir sobre el territorio. El territorio es patrimonio de los ciudadanos y un alcalde no pude decidir por sí solo qué es urbanizable y qué no. Deberían existir comisiones supranacionales que velaran por la protección del patrimonio.

¿En el arte pasa igual?

El arte, afortunadamente, no precisa de nadie. Cuando hablamos de artistas habría que saber primero quién es artista y quién no lo es. Los que hacemos pinturitas no necesariamente somos artistas. El arte no necesita de nadie, sólo, que nadie lo maree. Al final no quedan en la memoria los que buscan el dinero sino los que refrenda la vida y la Historia.

¿Y quién queda para usted?

El Greco. Cuando la gente empiece a mirar de verdad su obra se sorprenderá. Y queda Giotto, Piero della Francesca, Matisse, Picasso. Con los contemporáneos soy más iconoclasta. Pero admiro a Schwitters y a los dadaistas, un gran movimiento que no fue negocio y por eso el mercado no le hizo caso. Aún me sorprenden Rauschenberg, Baselitz, Alechinsky...

¿Qué han hecho los nacionalismos por el arte?

Lo mismo que los guettos o los regionalismos. Son pequeñas parcelas donde el capitán es un sargento de guardia.

Pero son muchos los artistas que gravitan en torno a la clase dominante y cada partido tiene su artista y su tendencia.

Todos los partidos tiene a sus huestes. Pero a mí éso no me interesa.

Usted también se dejó tentar.

Pero ya no me encuadro. Soy una rara avis. A mi edad todavía soy libre. Y éso sólo se consigue renunciando a muchas cosas, a mucha vanidades, a muchos reconocimientos. Sólo me fío de los amigos.

¿La ecuación es: mundo del arte igual a vanidad?

El mundo del arte no tiene ni vanidad ni nada. El arte es la cosa más pura que existe hecha por el ser humano. Otra cosa es el producto.

¿De qué desconfía?

De mi vanidad, del que halaga, de lo que hago. Todos los días me planteo que soy el peor pintor del mundo y pongo mi obra en cuestión. Tengo muchas dudas. Pero me levanto a las seis de la mañana para trabajar. La duda soy yo porque un artista nunca sabe si lo que está creando es bueno.

¿Hay que creer a los críticos?

Una gran cantidad de teóricos, en el fondo, hubieran querido ser artistas. Tom Wolfe ya dijo en La palabra pintada que ahora los críticos son los artistas porque es la palabra lo que interesa. Hay gente que tiene rigor y otros que sólo escriben al dictado. Me interesan los que tienen criterio.

¿Y hay que fiarse de los galeristas?

Los auténticos son aquellos que arriesgan y hoy hay pocos galeristas que lo hagan.

¿Qué le sigue emocionando?

Siempre he estado muy cerca de lo primitivo. Brasil, ahora, me aporta un aire fresco impagable. La sociedad brasileña es muy joven, no ha tenido ninguna guerra. Siempre está feliz. Tiene mucha espiritualidad y lo demuestra. En ella no existe ese aspecto gris y triste de Europa. Brasil inyecta sangre nueva y enseña humanidad.

Barceló también tiende hacia las sociedades primitivas como búsqueda.

Pero yo no tengo nada que ver con él. Barceló es una victima del marqueting. No me gustaría acabar como él. Me interesan todavía las sociedades que viven con autenticidad y aún continúo buscando la obra que me lleve a decir: "por fin has hecho algo bueno". Pero es que en esta vida hay tanta banalidad, tanta mediocridad. Hay que estar muy atento a la banalidad y denunciarla.

¿Lo suyo es siempre una huida?

El estudio acaba siendo una cárcel que sólo conduce a la rutina. Ver mundo cambia radicalmente una obra.La pintura está dentro de uno mismo. Va contigo. Es tu maleta o tú eres la suya. Pero hay que salir del agujerito.