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Julio Monreal

La Copa que València nunca apuró

Un 23 de junio de 2007 se daba la salida para la disputa de la 32ª Copa del América de vela en el puerto de València. Cuatro años antes, la capital había ganado la subasta para convertirse en sede del equipo vencedor de la anterior edición, el suizo Alinghi, que por no tener mar en su país necesitaba un puerto prestado.

La designación de València como ciudad sede fue acogida con alborozo por toda la clase política y la sociedad en general. Para la historia quedó aquel brindis con zumo de naranja en el salón de cristal de la Casa Consistorial el 26 de noviembre de 2003 en el que en torno al entonces presidente del Real Club Náutico, Manuel Casanova, artífice de la captación de la regata, y la alcaldesa Rita Barberá, se sentaban las bases del que sería el primer gran evento deportivo de una política que marcaría el clímax y también el ocaso de un modo de gobernar y administrar los fondos públicos que hoy resulta impensable.

Unas 80.000 personas desde la dársena y más de 900 barcos desde el agua siguieron en directo aquel día de hace una década las evoluciones de los dos mejores veleros de la considerada Fórmula 1 del mar. Es probable que nunca se haya concentrado tanta multitud en un espacio que hasta entonces era un coto portuario cerrado por una histórica verja y protegido en sus accesos por la Guardia Civil. Entre las exigencias del millonario afincado en Suiza que tenía los derechos de la competición, Ernesto Bertarelli, y la oportunidad que se abría de remodelar por completo la dársena interior, los intereses confluyeron y de igual modo que en 1991 se había estrenado el paseo marítimo que una ciudad abierta al mar necesitaba, se levantó el telón y apareció un espacio portuario nuevo, con un canal navegable hacia la Malvarrosa; centenares de amarres; nuevos espacios de ocio y hostelería y un turismo de alto nivel que no se había visto por estos pagos.

En el especial informativo que Levante-EMV ofrece de sabado 24 al lunes 26 con motivo del décimo aniversario de la final de la 32ª Copa del América, los especialistas consultados sobre el legado de aquel evento son unánimes. No se supo aprovechar la oportunidad generada. El comisionado español para el acontecimiento, Ricard Pérez Casado, estima que las inversiones realizadas en la transformación de la dársena no se aprovecharon por falta de un plan de negocio. Joaquín Maudos, coordinador del informe sobre el impacto económico de la Copa del América, subraya que aunque estaba previsto, no fue posible recuperar con retornos de la iniciativa privada las cuantiosas inversiones públicas. Sólo en Turismo, como apunta Antoni Bernabé, se han obtenido importantes réditos en estos diez años, al constatarse que los visitantes de países con equipos que participaron en las prerregatas y las finales se han duplicado y hasta triplicado, con especial relevancia para italianos y suizos, que hasta entonces eran poco significativos.

Así pues, parece que la Copa 2007 constituyó una campaña de promoción internacional impagable para València que está en la base del éxito turístico que se vive hoy. Sin embargo, las obras y servicios que llegaron para aquella cita aún están en el camino de convertirse en aquel nuevo barrio de la capital al que se hacía referencia en los lemas de campaña política. Alguien creyó que podría devolver 500 millones de euros prestados por el Estado (que esa es otra historia) con las tasas cobradas por servir horchata y fartons junto al canal de regatas.

Diez años después de aquella fiesta deportiva, popular y política, la dársena tiene su edificio singular, el Veles e Vents, bien encaminado con un proyecto cultural apoyado por una buena oferta hostelera; varias de las que fueron bases de equipos de regatas reconvertidas en la escuela de negocios impulsada por Juan Roig, y alguna otra loable actuación aislada, como la adaptación de otra antigua base para albergar proyectos de innovación de Bankia.

Pero en el debe está casi todo. Se pudo aprovechar el momento para trasladar el Club Náutico de València a la zona del nuevo canal, pero no se hizo. Los tinglados modernistas están abandonados a su suerte; la antigua estación marítima es objeto de una especulación sobre su uso cada seis meses; el edificio de los Docks Comerciales no tiene destino tras su descarte primero como hotel de lujo con casino y luego como CaixaFórum; la administración portuaria mantiene bajo su control un buen número de edificios en la zona que iba a ser «cedida» a la ciudad y que en diez años no ha llegado ni siquiera cerca de convertirse en el «nuevo barrio» que se prometía.

Algunos restaurantes, un gran aparcamiento siempre vacío, un circuito de Fórmula 1 que parece que no se quiera levantar por si un día vuelven los bólidos... El paisaje de la Marina de València no es desolador, pero todavía tiene muchos espacios por nacer. El puerto no se acaba de ir y la ciudad no acaba de llegar, a pesar de los esfuerzos del director general del Consorcio, Vicent Llorens, quien pelea cada día por un espacio de futuro incluso contra los suyos.

El puerto de Liverpool acoge en su dársena interior un museo sobre The Beatles, una subsede de la Tate Gallery, un museo internacional de la esclavitud y un museo marítimo, además de viviendas, amarres, restaurantes, tiendas y otros servicios. ¿Qué es lo que invita hoy a visitar la Marina de València un día de verano diez años después de su remodelación con ocasión de la Copa del América? Apenas nada.

El debate está aún abierto entre quienes defienden que la dársena ha de quedarse como está, como un área de uso y esparcimiento público, y quienes consideran que necesita urgentemente una locomotora de tipo cultural, comercial o de ocio que atraiga público y actividad económica. ¿Es que no hay 100 'sorollas' en València para montar un museo junto al Mediterráneo que él pintó como nadie? Durante un tiempo se barajó la posibilidad de instalar un outlet de ropa de marca como los que existen en Las Rozas (Madrid) y la Roca del Vallés (Barcelona) pero el intento no fraguó. La crisis económica y financiera ha lastrado el despegue de la dársena, pero actualmente, en el marco de una economía que según el ministro De Guindos crece al 4 %, lo que parece es que faltan ideas para salir del letargo. El paseo marítimo bulle mientras la marina dormita. Y lo grave no es sólo que haya 330 millones de euros que pagar al Estado por lo que el Estado dio a fondo perdido a otras capitales como Barcelona; es que València necesita colonizar cuanto antes un espacio que se abrió hace una década con una inversión pública de más de 2.000 millones de euros con vocación de balcón marítimo para el ocio y el deporte y aún hoy es un proyecto por definir.

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