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Garoña es Lázaro

El caso de Fukushima demostró que en el ordenado Japón también podían producirse desastres como el de Chernóbil. Ahora quieren reabrir la nuclear de Garoña, en Burgos. A la burocracia soviética, que por 1986 daba sus últimas boqueadas, aunque no lo sabíamos, le bastó con una transferencia de malignidad del enemigo capitalista a la radiactividad para que el personal, temerariamente, acudiera a tapar el boquete con un muro de cojones por la patria. El resultado ya lo conocemos: se les achicharraron los atributos. Tampoco a los japoneses, que no van cortos de pelendengues y que además son cívicos y previsores, les fue mejor, aunque el secretismo rodeara y rodee cuanto se refiere a las consecuencias del zarandeo sísmico de aquella central cuarteada.

Lo dicho: un riesgo inaceptable. Santa María de Garoña, además, es tan antigua que aún vivía Franco cuando la pusieron en marcha. Ni siquiera se habían separado los Beatles y yo tenía una mata, qué pelazo, qué rizos. Bueno, pues esa cafetera, que no es rusa sino de imitación (americana) es la que se pretende resucitar como Lázaro. No turben el reposo de los muertos. Y lo hacen contra el parecer y la resolución del Parlamento, lo que nos recuerda que todo es admisible, incluso los depósitos de residuos nucleares de larga vida, siempre que cuente con la aquiescencia del pueblo soberano. Si te equivocas, lo pagas y lo que jode, curte.

Pero en el caso de Garoña los designios van en contrario; se pone en marcha el proceso de reapertura contra la voluntad popular, lo que reafirma un rasgo de este tipo de tecnología y de sus avalistas: la adhesión al principio del ordeno y mando, el autoritarismo y cierto regusto luterano de culpabilidad. Las bombas nucleares, que pueden y a punto han estado de despeñar a la humanidad en un abismo de horror, se complementan con los átomos por la paz: veis, no somos tan malos, el acero de las espadas sirve también para forjar arados. De ahí que los gobiernos arropen esa tecnología sin darle la oportunidad de fracasar, en una especie de ordalía moral. Pues bien: métanse el acero de los arados donde les quepa.

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