Por muchas razones que puedan esgrimirse, algunas de ellas tan poderosas como el insoportable exceso de plantilla, la insultante manipulación informativa „llevada también al delirio hasta el último suspiro„ o la incapacidad financiera de la Generalitat, de ningún modo puede justificarse el disparatado y chapucero método empleado por el Consell para apagar las emisiones de la televisión y la radio autonómicas. Los valencianos no nos merecemos proyectar esa penosa imagen cuando la opinión pública nacional e internacional fija su interés en nosotros. Pese a los muchos antecedentes que obraban en el largo y documentado expediente de RTVV, a cuál de ellos más escandaloso, al gobierno autonómico no se le ocurrió nada mejor que montar en la noche del miércoles otro espectáculo que estuvo a la altura del historial de la casa. Lejos de aplicar cirugía de precisión, se optó por el estrambote. ¿Acaso no era previsible la reacción de una plantilla sometida durante casi dos años a una presión insufrible con un expediente de regulación de empleo tan mal gestionado que ha sido anulado por los tribunales? ¿No hubiera sido más higiénico y razonable acudir a los repetidores para cortar al mismo tiempo la señal televisiva y radiofónica? Cualquier cosa menos difundir las humillantes imágenes de la policía en el interior de un medio informativo y permitir que los ciudadanos asistieran en directo a la agonía y muerte de un medio de comunicación público que nos ha costado una fortuna. Triste final.