Dado que Presidencia vive en en un continuo gabinete de crisis -se diría que en mímesis con el sobrevenido caos de los estudios de Canal 9-, Císcar se ha echado a la espalda la gestión para atajar el vendaval acaecido tras el cierre de la tele. Otra prueba de fuego para el vicepresidente, que parece verse obligado a limpiar los trapos sucios que va dejando el Palau por el camino. Se anuncia el cierre de la cadena y a nadie se le ocurre pensar en el posible vacío de poder en el principal aparato de propaganda de esta tierra. Liquidan Canal 9 y nadie cavila sobre la previsible reacción de unos trabajadores con la carta de despido en la mano, amos y señores por unos días de la televisión. Clausuran RTVV y no prevén el rebote de la directora general pese a sus amplias muestras de rebeldía o envanecimiento. Una cosa parece clara: los cambios en el Palau no han servido para clarificar las cosas. La política oficial de ascensos y los silenciosos arrumbamientos han generado nuevas zozobras. Quizás Fabra entendió mal el mensaje de Cospedal.

La dirección política del ERE le voló de las manos a Císcar porque Fabra lo permitió. A partir de ahí, las responsabilidades del vicepresidente han sido mínimas. Es más. Primero se ha lavado las manos y después ha expuesto en público repetidamente su desacuerdo con las decisiones de Rosa Vidal, haciendo especial hincapié en una: en la repesca famosa, una de las vigas de la nulidad del ERE. Como Vidal sabe de leyes, confiemos en ella, parecía decirse Fabra desde la otra orilla. El resultado está a la vista. Desplazado Císcar de la dirección política, el tándem Fabra/Vidal era muy visible.

Que no se haya enterado la oposición -o que no quiera enterarse, mejor- de la responsabilidad de cada cuál es cosa que compete al reino del politiqueo y de la acumulación de cabezas cortadas de los adversarios. He dicho el reino del politiqueo y debía haber mencionado la selva. Los gestos farrucos -o de perdonavidas- exhibidos ayer en las Corts por la oposición son más propios de las tabernas del XIX que de una institución soberana y representativa. Desde luego, no son modelos de convivencia. ¿Qué dirían esos mismos diputados si un ciudadano se comportara así por la calle? ¿No avisarían a la Guardia Civil? La peripecia del periodista de Canal 9 acosando al vicepresidente en las Corts es, por último, tan lamentable como carnavalesca: tantos años reverenciando esa marca al poder para acabar vejándolo.

La oposición acusa a Císcar porque necesita cobrarse piezas, de acuerdo. ¿Pero y algunos príncipes del PP? A los pocos minutos de hacerse pública la sentencia de nulidad, y dado que el Túria no pasa ya por Valencia, Bellver y Castellano unieron sus voces para defender a Císcar desde una armonía atronadora. Esos apoyos contienen veneno, como se sabe. La evidencia del maléfico espaldarazo sonó en boca de Bellver: era «aventurado» responsabilizar al vicepresidente. Castellano sostuvo la rotunda y rocosa inocencia de Císcar en el caso. El terreno estaba sembrado, y la «víctima», elegida. La apatía del Palau hacía el resto. Y no fue a más el asunto porque Fabra bajó la persiana de RTVV a las pocas horas y el incendio se trasladó de lugar. Desde entonces el fuego ha sido tan intenso y las llamas tan pavorosas, que de nuevo han debido invocar la presencia del «bombero» Císcar para que lo apagara. Se corría el riesgo de que en la remota Alaska o en la vasta sabana sintieran curiosidad sus tribus por contemplar cómo discurría una animada televisión pública, autogestionada y asamblearia, que ponía verde a su tutor. El día en que Císcar se canse de limpiar el Palau y de mandar mensajes de música celestial, tal vez ya exista otro sujeto político en escena: el demonio en forma de tripartito.