El gran banco de la burguesía valenciana es un cadáver, según la descarnada metáfora utilizada ayer en la junta de accionistas por el hombre que el Banco de España situó al frente de la entidad teóricamente para evitar su colapso, José Antonio Iturriaga. En su despedida de la dirección general del BdV se le vio ayer muy político. Echó balones fuera y se parapetó tras la herencia recibida. ¿Les suena? Aseguró que su gestión en Valencia ha estado marcada por «criterios de prudencia» y atribuyó el desplome bursátil y el aumento de las pérdidas registrados durante su mandato al legado que recibió: un banco «inviable».

En la práctica, Iturriaga se ha dedicado a preparar el proceso de subasta que ha puesto fin a la historia del banco. La que fue joya de la corona del sistema financiero valenciano ha sido adquirida por CaixaBank. La operación le saldrá a la corporación catalana algo más barata que a los contribuyentes. Compra el BdV por un euro frente a los 6.000 millones, en cifras redondas, que los ciudadanos hemos desembolsado para taponar las vías de agua abiertas durante la burbujeante época del desenfreno inmobilario. Algunas de las muchas pifias que dejó la etapa de Domingo Parra y José Luis Olivas ya se dirimen en los tribunales, ante los que comparecerán no pocos apellidos ilustres valencianos, aunque el «muerto» no descansará en paz hasta que Iturriaga ofrezca alguna explicación más sólida sobre las muchas preocupaciones que ha dejado también su breve pero intenso mandato.