Camps, absuelto. Ganó las elecciones bajo el escándalo Gürtel con una amplia mayoría absoluta y ahora un jurado le ha declarado inocente. Se diría que el personal de la calle le abre puertas a Camps. No crea, sin embargo, que posee la razón. En la decisión del jurado hay formalismos, dudas e intuiciones, unas prendas que no tienen por qué abrigar la verdad. Sobre todo, dudas. La misma duda enorme y mayestática que entonó Boix en la sala. Esa misma que ha devenido en un principio esférico, casi inviolable, al que se ha agarrado el jurado para absolver a Camps. Ya puede Boix subir otro escaloncito en su particular altar.

Camps, absuelto. Mala noticia para Fabra. Se ha escrito por activa y por pasiva. Por mucho que sus fieles le pidan que tome las riendas de su iglesia en el PPCV, ya liberado de la carga judicial, Camps es consciente de que no hay marcha atrás. La absolución le conserva activo, pero desarmado para la primera línea política. Le otorga posibilidades de futuro, no de presente. La condena le hubiera convertido en un espectro de sí mismo. Desde su posición inmediata sería un suicidio cualquier pretensión de desestabilizar al presidente de la Generalitat. Camps sabe de tutelas y, por tanto, de autonomías. Fabra no puede gobernar con el aliento de un amplio sector del partido quemándole las espaldas o atravesándole la nuca con una «oposición» interna. Ya tiene las disensiones de Barberá enmarcadas. Si al grupo de Barberá y Rus se sumara Camps, bajo los acordes de su liderazgo, la zozobra en el PPCV sería insoportable.

La rehabilitación de Camps –y ha de pasar mucho tiempo para que la rehabilitación posea superficies políticas– no puede emerger, pues, sobre el presente. Y menos sobre esta periferia. Nadie lo entendería. Estará de acuerdo o no con las decisiones de Fabra, pero ha de dejar el escenario libre al jefe del Consell para que ejecute su propia danza. Y desde la independencia. Si Camps no acepta esa fórmula, que es la sensata, habrá de actuar Rajoy. ¿Y para qué? ¿Otro lío? Le quedan años y leguas para una restitución auténtica. Tres años con el proceso de Gürtel entre pecho y espalda dejan mucha huella. Para la política suponen casi una inhumación. Mejor alejarse, pues.