Quién ha decidido el calendario en el juicio de Camps y Costa? Sólo un temerario o un endiosado. El juicio es un caos. El martes se había citado a 17 testigos, entre ellos Correa, El Bigotes, Crespo, Jordán, Campos o Betoret. Y aún quedaban dos del día anterior: Camps y Costa. ¿Se puede cumplir una agenda de esas dimensiones? Es evidente que no, a no ser que gestione el juicio un maestro del absurdo y tenga ganas de fastidiar. A los testigos se les metió en una sala de 15 metros durante una jornada, dado que no podían acceder a la sala. Ayer estaban citados 16 policías, el sastre y empleados de las tiendas de los trajes, a los que hay que sumar los «restos» del día anterior. De locos. El mismo lunes, día del inicio del juicio, debían declarar Camps y Costa. El primero tuvo suerte: lo hizo 24 horas después. Costa, dos días más tarde. ¿No se pueden prever los «retrasos obligados» en un juicio de estas características? Basta contemplar las caras del jurado tras las sesiones maratonianas para constatar el estropicio.

El que gestiona esta peripecia no está, evidentemente, para estructurar las sesiones. Si la agenda la ha dibujado el juez Juan Climent, no lo sé, ha de ser consciente que el desorden se manifesta a diario (y como «verdad única», que diría Juan Montero).

Los jueces se quejan de los escasos medios con los que trabajan. Y es cierto. Pero estos días Climent está dando otra lección: no se trata de poseer medios, sino de emplearlos con eficacia y competencia. Y estos elementos son refractarios al caos que se observa. No se puede tener a la gente tirada días y días vagando por el Palacio de Justicia hasta obtener la «gracia» para acudir a confesión.