No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita. Este dicho tan contundente debería estar grabado a fuego en la pared de la Concejalía de Tráfico del Ayuntamiento de Valencia. Su titular, Alfonso Novo, presume de que gobierna la ciudad con más semáforos de Europa, 1.100 cruces regulados por señales luminosas a repartir entre 800.000 residentes. Un antiguo jefe de la policía local subrayaba que lo que más le llamaba la atención del tráfico urbano es que los conductores se saltan los semáforos en rojo con total naturalidad, y que a diferencia del resto de Europa —al que superamos en rojo, amarillo y verde por habitante—, en Valencia un conductor acelera cuando ve una luz ámbar en lugar de frenar para detenerse. En ese punto, en ordenación vial, el número de báculos reguladores implica más seguridad pero también más indisciplina. Los semáforos, como el alumbrado, han de estar presentes en su justa medida, y no para batir un récord.