El exconseller Rafael Blasco compareció ayer ante la prensa para hablar de todo menos de cómo mejoró y acrecentó su patrimonio inmobiliario mientras fue titular de Urbanismo. EU, PSPV y Compromís le habían pedido que enseñase las facturas que acrediten que abonó hasta el último euro de la casa de campo de 450 m2 que encargó siendo conseller de Territorio y Vivienda a dos adjudicatarios de su departamento. Pero si no llega a ser porque algunos periodistas le preguntaron por la información que ha venido desgranando Levante-EMV, el ahora portavoz del PP en las Corts ni siquiera habría abordado esta cuestión. ¿Razón? «Otros», se supone que en alusión al exportavoz del PSPV Ángel Luna, acusado y llevado por él y su grupo ante los tribunales, tampoco lo hicieron cuando los popularistas le sacaron un trapo sucio. ¿Y? ¿Desde cuándo «fer com fan no es pecat»? Lo es, diga lo que diga el refranero. Y si su departamento le adjudicó un contrato de 33 millones de euros a la empresa que le ayudó a convertir su expansivo huerto alcireño en una pequeña urbanización de lujo confundida entre el naranjal, algo más que altanería deberá argüir para que se le crea ajeno a todo desliz. Escurrir el bulto de la prensa —él, que la ha buscado afanosamente—, escudarse en que su firma no aparece al pie del contrato público, inventarse inexistentes revelaciones que podrían poner en peligro su hacienda o reafirmarse en que nada —¿ni nadie?— le apartará del cargo que ocupa, no le facilitan mucho la tarea.