El macrobotellón que se organiza de jueves a domingo en el paseo marítimo de Valencia no sólo quita el sueño a muchos empresarios de hostelería de la zona, que cifran en un 15% de sus ingresos las pérdidas que provoca el ruido en sus negocios (la contaminación acústica disuade a sus potenciales clientes), sino que la fiesta callejera prolongada hasta altísimas horas de la madrugada irrita también a los pacientes ingresados en el no menos playero hospital de la Malva-rosa. Los turistas que acuden al hotel Las Arenas en busca de las comodidades que ofrece un establecimiento de cinco estrellas, se marchan decepcionados por las dificultades que encuentran para conciliar el sueño y los trabajadores y usuarios del centro sanitario se declaran frustrados ante la pasividad del ayuntamiento. Los empresarios de 34 locales exigen que la policía local deje de mostrarse tan permisiva con las hordas de jóvenes que beben, escuchan música con un volumen ensordecedor y ensucian los aparcamientos y las vías públicas con total impunidad. Aunque cabe reconocer que la juventud necesita espacios para relacionarse parece evidente que convertir los alrededores de un hospital en una discoteca al aire libre no es de recibo. El gobierno local, consciente del coste social y político que implica cualquier intervención, ha actuado hasta ahora con cierta indiferencia. Sin embargo, aunque las urnas no le hayan castigado sí que podría hacerlo la Justicia. Descansar, además de recomendable, es un derecho.