La Delegación del Gobierno en la Comunitat Valenciana ha permitido que los «indignados» del movimiento del 15-M que ocupan la plaza del Ayuntamiento de Valencia —y otras plazas valencianas— se reunieran ayer, día de reflexión, y ha tolerado que también lo hagan hoy, en la jornada electoral, siempre que la concentración no despliegue mensajes políticos. Los concentrados realizaron cadenas humanas en torno al ayuntamiento y estamparon camisetas con mensajes llamando a la reflexión, sin pedir el voto a ningún partido. Ésta fue la tónica general, en la que reinó —al margen de algún episodio aislado— el respeto por la antesala electoral. El símbolo de un gran féretro con el lema «aquí yace la democracia» apenas quebró el ambiente, dado su espíritu lúdico, aunque el eslogan formule dudas sobre el fondo de las reivindicaciones, planteadas desde el orden legítimo o desde las afueras del sistema. La democracia es imperfecta y sus carencias son revisadas y matizadas desde el consenso. En el caso valenciano, sin ir más lejos, Compromís ha impugnado la barrera electoral del 5%. Pero España vive en una democracia, no en una dictadura, y el régimen de partidos políticos y libertades —las mismas que toleran las concentraciones actuales— fue conquistado con no pocas manifestaciones, protestas y concentraciones —y vidas— en la pretransición y la transición política, cosa que parece olvidarse. Se reivindicaba el sufragio universal, el derecho al voto, ese mismo que hoy decide libremente el signo ideológico y a los representantes de los ciudadanos que han de ocupar las instituciones durante cuatro años. Por eso, para que las propuestas legítimas de cambio social que expresa el 15-M no se queden en una utopía han de ser canalizadas a través los cauces democráticos.