Dos cajas, dos, tenía la Comunitat Valenciana que relucían más que el sol. Sus cuentas y balances las mantenían en los primeros puestos nacionales del sector. Eran la viva imagen de la pujanza de la sociedad en la que estaban radicadas. Y hasta se buscaron nombres neutros, que permitieran la unión, una fusión que daría lugar a un gigante. Pero su brillo y su potencial despertaron la codicia de unos cuantos, que se fueron apoderando poco a poco del poder de decisión, empujando hacia negocios rentables en lo político y ruinosos en lo económico. Y por si fuera poco llegaron la burbuja inmobiliaria, su posterior estallido y los afilados problemas de identidad entre «los de Valencia» y «los de Alicante». El resultado está a la vista. Muchos se mesarán hoy los cabellos por no haber tenido más vista, por no haber protestado antes, por no haber sido más generosos, por no haber sido prudentes. Y habrá que hacer votos para que los nuevos dueños tengan todas esas virtudes.