«He llegado a ver a un niño tirando el balón fuera para ir a insultar a su padre a la banda». La frase es de un entrenador de fútbol 8, el deporte de base más popular en la Comunitat Valenciana, porque es el que más pasiones desata por el exceso de protagonismo de un alto porcentaje de los padres, un elemento muy peligroso cuando sobrepasa la frontera que marca el sentido común. Desafortunadamente, es algo habitual. Insultos a los árbitros y a los rivales, presión a los hijos durante los partidos, discusiones con los entrenadores y hasta peleas con los progenitores de los equipos contrarios están a la orden del día. Son los padres «hooligans», una especie en aumento.

Algunas escuelas han decidido mutilar el problema: prohibir la entrada a los padres polémicos y, en casos más extremos, dar de baja a su hijo. Algunos, como el Torrefiel, ha ido más allá. «Hemos vallado la zona detrás de las porterías y de los banquillos para que se pongan en el lateral, donde menos puedan influir sobre sus hijos», explica Rafael Montero, director de la escuela. «Nosotros sancionamos directamente al niño para que su padre o madre se dé cuenta del daño que le están haciendo», añade.

Existen tres perfiles del progenitor que corrompe el fútbol base: el padre entrenador, el padre agresivo y, en el otro extremo, el que pasa pasa de todo. Lo dice José Giuli, coordinador del fútbol 8 del Alboraia, una de las escuelas más competitivas del panorama autonómico. «Llevo 18 temporadas en alevines y esto se ha convertido en una locura. Hemos entrado en un juego en el que todos queremos tener el mejor equipo posible y eso no es bueno para nadie. Pero a los padres siempre les decimos que han de entender que es fútbol de formación, que tienen que jugar todos, que los árbitros son personas y que no podemos volvernos locos. Que esto forma parte de la educación de nuestros hijos y que todo lo que ven, lo absorben», explica. Giuli, como otros coordinadores, reprueba especialmente los improperios a los árbitros. «Están en periodo de formación, son jóvenes que están aprendiendo y se les somete a mucha presión. Si criticaran igual los fallos de los jugadores...».

Iván, coordinador del Massanassa y profesor en los cursos de entrenadores, formuló en un examen para futuros técnicos la siguiente propuesta: «Aporta una idea innovadora que sirva para cambiar la visión del fútbol actual». Para su gozo, varias respuestas coincidieron en el asunto que más preocupa a muchas escuelas. Uno pedía la figura de un responsable para controlar esa área en los clubes y otros planteaban el derecho de admisión en las escuelas, explica.

La mayoría de escuelas tienen su política particular con el asunto: reuniones anuales o trimestrales para dejar claras las normas, que pasan por la prohibición de la violencia verbal —y por supuesto, física— , la intromisión en el desarrollo del juego y asegurar la independencia del entrenador, muchas veces presionado por algún padre que cree tener a un Messi en su casa. El Nazaret ha erradicado el problema. Hoy los partidos son tranquilos gracias al empeño del presidente de su escuela, Felipe Useros. «Cuando un padre se pone tonto, lo echamos. Hay un niño que no va a jugar. Me sabe muy mal, pero es lo mejor para todos. A veces, es necesario darles un escarmiento», afirma. Su equipo alevín lidera con solvencia su categoría en un ambiente «de tranquilidad». El Discóbolo-La Torre también ha cogido el toro por los cuernos. «Teníamos dos familias a las que les dijimos que o no entraban al campo o se les daba de baja a sus hijos. En los dos casos eligieron esperar en la puerta», asegura su coordinador, José Luis Santillana.

Una psicóloga en el San José

Para modelos, el de las Escuelas San José, que tiene su departamento de psicología para gestionar el comportamiento de niños... y padres, además de las cuatro reuniones anuales para insistir en las normas. Los martes se reúne el departamento de Juego Limpio. «Los padres saben a la sanción que se exponen, que es no poder entrar ni a entrenamientos ni partidos. Y lo cumplen. Lo más difícil es con los porteros, ya que muchos padres se ponen detrás para darle instrucciones y le generan ansiedad», explica Ricardo Tomás, responsable del fútbol 8. Para evitar conflictos, el San José prohíbe que los entrenadores estén incluidos en el grupo de Whatsapp del equipo. Cualquier queja sugerencia se ha de hacer en privado.

El Evangélico, un club modesto de Torrent, no tiene psicólogo. Pero sí un cartel, a pie de campo, a modo de decálogo de comportamiento para padres. «No me grites. No pierdas la calma. No grites al entrenador. Respeta al árbitro. Diviértete viéndome jugar. Los rivales son niños como yo. Esto sólo es un juego. Piensa que siempre lo haré lo mejor que pueda. Déjame ser un ñiño».