Un equipo maduro sabe aislarse del entorno cuando sale al campo para demostrar al personal que lo más importante del fútbol son los futbolistas. La pena de este Valencia reside en una plantilla inconsciente y poco capaz de dar un paso al frente por si sola. Está clara que se fichó mal, pero sabiendo que el grupo mostraría todas sus flaquezas sin líder, se descabezó al vestuario a sabiendas. Sorpresa sería si hoy en Gales los de Djukic salen con ganas, pero más aún que Rufete pueda darle la vuelta. Todo está preparado para que Rufete también se siente en el banquillo cuando salga el preparador serbio. Es su legítima ambición, pero la progresión aritmética de novatos tras Pellegrino y Djukic puede ser legendaria.

El valencianismo asiste al partido europeo de esta noche con desidia, sólo interesado en saber quién puede ser el nuevo Valverde. Difícil está. Primero porque no hay un euro en la caja para atraer a un entrenador como merece el Valencia, y segundo porque ningún técnico que se precie aceptará el tipo de vigilancia instaurado en Paterna en su forma de trabajar.

Aunque para asombro, las primeras declaraciones de Djukic después del día de autos, la entrada triunfal de Rufete en el primer equipo. Nadie pone en duda su integridad, pero que diga ahora que no permitiría que nadie se entrometa en su trabajo, llega un poco tarde después de ver las imagenes del manager general dando instrucciones a los futbolistas. Puedes perder un partido, pero este ridículo debe desaparecer rápido.