Ha entrado el Valencia en una dinámica extremadamente perversa. Sus triunfos apenas consiguen mitigar los ardores de estómago que padece la afición. Por contra, un simple tropiezo adquiere tintes de tragedia. Son los peligros de la pertinaz reiteración. Sin ir más lejos, hoy, en Elche, se la vuelve a jugar. Si pierde, de nuevo arderá Troya, se montará otra vez la marimorena y el club entrará en combustión, con el peligro de que la olla alcance tal presión que acabe por reventar. En cambio, si gana, apenas habrá resuelto sus problemas. Este equipo sigue sin inspirar confianza, porque no se ha hecho merecedor de ella. Esa es su tragedia. Casi nadie en sus cabales da un duro por su regularidad. El próximo domingo llega Osasuna a Mestalla y, ocurra lo que ocurra esta tarde, la afición acudirá al campo angustiada, con las criadillas por corbata, como si el visitante fuera el mismísimo Bayern Múnich. Tales son las cautelas que provoca este VCF, que vive permanentemente bajo sospecha. Ni en el periodo del desaparecido Pellegrino, que en paz descanse allá donde quiera que se halle, suscitaba este equipo tanta incredulidad. Así que ante la perspectiva muy poco probable de que hoy gane, ya les prevengo a Salvo, Aurelio y demás mártires del santoral balompédico: no se hagan ilusiones. Recuperar la fe en un conjunto tan carente de fundamentos futbolísticos, va a costar lo suyo. Paciencia.

Enfrente, además,tendrán a Fran Escribá, uno de los entrenadores de moda en la Liga. El técnico valenciano „y valencianista desde que jugó en el Mestalla, con el que logró un récord goleador en Tercera División que aún creo que ostenta„ fue algo más que el ayudante de Quique S. Flores durante sus etapas en los banquillos de Mestalla y del Calderón. Era su disco duro, el encargado de programarle. Ya independizado, ascendió el curso pasado al Elche y ahora lo está afianzando en Primera. Un tipo listo, preparado, sensato, que hubiera venido muy bien para dirigir la Academia de Salvo, esa en la que figura algún que otro tuercebotas. Pero el actual presidente recuerda mucho a su antecesor Juan Soler, que llegó al cargo alardeando de que el fútbol no guardaba secretos para él y a cada batacazo que se daba, afirmaba que «ahora sí; ahora ya he aprendido». Así consumió su mandato. El doctor Salvo lleva camino de seguir sus pasos.