Fiar toda la culpa a los futbolistas es radioactivo, porque rebaja a mínimos el compromiso de los afectados y abarata la unión con una grada suficientemente desencantada. Este Valencia necesita de todo menos experimentos. Hay mil formas de ratificar a un entrenador sin necesidad de meter el ojo en el dedo a los jugadores, en cada declaración. Algo en lo que Djukic se ha especializado, a cambio de quedarse sin crédito en el vestuario, aunque parece que poco le importa visto el último incendio provocado el domingo tras el triste empate con el Valladolid. Sin embargo, ese vacío de los suyos se lo ha ganado a pulso. Poco a poco ha ido perdiendo el control del grupo. Entre los que nunca entienden lo que hace y los afectados por la suplencia, le quedaba muy poco margen para influir en la plantilla. Pues, incluso esos le han dado la espalda, sobre todo por impartir injusticia, así que la pandilla de «pelotas» Rami dixit, ha preferido seguir formando parte de la manada para esperar tiempos mejores. Castigar con el cambio a los que fallan penaltis, o con la suplencia por un partido gris, es propio de modos futbolísticos muy antiguos. El polo opuesto de la inteligencia emocional.

Para concretar, Banega estuvo a punto de hacer una de las suyas cuando supo que no seguiría en la segunda parte, parece que tuvo que ser calmado por sus compañeros. Alves y Guaita están de los nervios, cuando era la pareja de guardametas más envidiada por el resto de clubes del mundo. Canales sigue sin entender nada de lo que pasa a su alrededor, lo mismo que le ocurre a Parejo, un fino estilista por explotar. Piatti sale con el miedo en el cuerpo pensando que será su última oportunidad, igual que Feghouli. Jonas todavía le da vueltas al coco porque se quedó fuera el día que el preparador recurrió a los currantes, él precisamente que es un obrero del balompie.

Todos, Banega, Alves, Guaita, Canales, Parejo, Piatti, Feghouli y Jonas estaban aquí el año pasado, por tanto el valencianismo entero conoce como jugaban, así como su particular índice testicular. De Djukic también recordamos su presencia en el campo y lo otro, pero no está escrito en ningún sitio que un zaguero con exceso de testosterona sea buen entrenador, por mucho que su máximo argumento para arreglar esto lo haya encontrado en sus partes.