Mientras discutimos sobre las bondades de la Fórmula 1, mientras Benidorm reivindica un gran evento como los que tiene Valencia y mientras en Argentina se preguntan por qué Leo Messi no juega igual con la albiceleste que con el Barça, nuestros niños engordan, sin que sepamos ponerle remedio, más allá de algún informe científico que nos alarma de vez en cuando. No demasiado, porque llena poco más de media página en algún periódico, y la gravedad del problema la conocen dos docenas de expertos. Luego ya podemos decir que tenemos campeones, que ganamos el Mundial de Fútbol, y que Nadal, Gasol o Contador son de lo mejorcito del mundo. Serán excepciones entre una población obesa.

Hace tiempo que nuestro país no baja del pódium de medallas de la obesidad. En Europa, según el último estudio, estamos en cabeza junto con Italia, y somos los segundos del mundo después de Estados Unidos. ¿Cómo, qué dice Vd.? ¿Después de Estados Unidos, los que más medallas ganan en los Juegos Olímpicos?. ¡Ah!, entonces no hay caso. Si ellos son los primeros en obesidad y en medallas, nosotros podemos seguir su estela.

Este modelo de pensamiento obtuso e irreal parece estar instalado en nuestra sociedad, porque nadie hace algo por intentar cambiar la tendencia. Al contrario: el problema va a más. No sé si las últimas normativas sobre el menú en la escuela lograrán algo, pero me temo que poquito, porque hay otro estudio que señala que los niños y niñas que comen en sus casas tienen más problemas para conservar la línea que quienes comen en los colegios. Es una cuestión transversal que afecta a educadores, padres y dietistas o especialistas en alimentación. Me da la impresión de que los primeros y los últimos lo tiene claro, pero pueden hacer poco porque no tienen el control. Y los padres y las madres no se fajan en el tema para no entrar en broncas continuas con sus retoños, para no violentarse, enfadarse o soltarles el sermón; muchos no están para esos trotes tras una dura jornada laboral. En tiempos de crisis, solo falta llegar a casa y montarla por una golosina de más, una hamburguesa con patatas y kétchup, o unos espaguetis a la boloñesa.

Unos y otros lo tendrían más fácil si el sistema facilitara las cosas. Si los niños tuvieran facilidad para evacuar esos kilos de más, no sería tan problemática su alimentación, siendo menos trascendente que comieran esos productos que he mencionado antes, que tanto les gusta y que tanto les engordan. ¿Y cuál es el sistema?. Evidentemente, que los niños practiquen más ejercicio. Fíjense que digo ejercicio y no deporte. Y ejercicio puede ser andar, barrer su habitación, subir por las escaleras a casa en lugar de coger el ascensor, jugar con los amigos en el parque, desplazarse en bici al colegio..., entre otras muchas actividades cotidianas. Para todo eso hoy hay que esforzarse, porque la vida está montada de otra manera. Los niños van al cole en autobús, directos a un cubo rectangular con unas mesas, frente a las que pasan entre seis y siete horas diarias sentados. Media hora de recreo al día por la mañana, otra media hora o una antes o después de comer, más cubo rectangular por la tarde, vuelta a casa en autocar, ascensor hasta casi el comedor, y a sentarse frente a la tele o la playstation. Para compensar, una hora y media reales a la semana de gimnasia (así en plan anticuado). Sólo unos pocos se quedan a hacer deporte por las tardes y compiten los fines de semana.

Esa es la cruda y triste realidad. Y ante este sistema social en el que estamos instalados, pocas alternativas quedan. Una de ellas: que nuestras autoridades académicas se lo tomen en serio y aumenten las horas de ejercicio físico obligatorias en los centros. No necesariamente en las horas de Educación Física, sino que puede hacerse con nuevos planteamientos de actividades deportivas extraescolares. Claro que para eso se necesitarían más profesores o entrenadores y esto cuesta dinero. Y estamos en plena crisis económica.

De ahí que no nos sorprenda ya que en un reciente trabajo final de máster de la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y el deporte siga demostrando que un 23% de los niños de 10, 11 y 12 años, en plena edad del juego, no realicen ejercicio físico extraescolar de ningún tipo, ni los fines de semana, ni en vacaciones. ¿No nos proporcionaría Mr. Ecclestone un milloncete de los muchos que se lleva, para poder programar y facilitar la actividad física de nuestros niños? Por pedir, que no quede.