El PP de Camps cumplió ayer con su rutina: ganar las elecciones autonómicas. Y lo hizo sin sobresaltos, como dictaminaban una y otra vez los sondeos, bajo el imperativo de la prospectiva y el clima colectivo. Una y otra vez, también, los sabios habían sostenido que la corrupción no agrietaría las vigas conservadoras. Los resultados del PP lo precisan con una concreción quizás espantosa. Ninguna sorpresa, pues, en ese apartado; ningún espasmo electoral, tampoco, en esas filas.

Pero el caso Gürtel, cuyo estallido ha colmado la agenda política durante dos años, no se esfumó ayer en las urnas como una epifanía candorosa: pasó factura. Legó alguna incertidumbre en el PP de Camps.

El PPCV, estrujado por sus temblores, necesitaba tocar de nuevo el cielo. Se mantuvo en el azul, lo que no es poco, pero no alcanzó el éxtasis supremo. Es una realidad incontestable. Sube en diputados —55, nunca había obtenido tantosSube en diputados

—, baja en porcentaje —casi cuatro puntos respecto a 2007— y amplía la distancias con su inmediato seguidor —21 puntos—, el PSPV de Alarte, cuyo desplome carece de analogías en el registro electoral socialista. Es una derrota, la del PSPV—se ha hundido hasta el 27,5 %— que presagia movimientos de refundación. Los socialistas llevan tres lustros largos apartados del poder y han sido vapuleados por la tempestad de la actual crisis económica, identificada con las siglas del PSOE y el Gobierno de Zapatero.

El desmoronamiento, que alcanzó municipios emblemáticos como Elx, Gandia, Benicàssim y Onda, deja una herencia explosiva, que desplegará dudas sobre Blanquerías en los próximos meses. El único atenuante a que se puede acoger Alarte se lo concede el mapa nacional: el triunfo del PP ha sido generalizad0, ha copado territorios y desgastará a los líderes regionales socialistas. Pero el desconcierto en el PSPV persistirá. Su actual dirección no ha sabido dirigir contra el Consell, en dos años y medio, las consecuencias lacerantes provocadas por la crisis económica, ni desplegar una acción política capaz de contrarrestar las tendencias que iban cavando su tumba. Su relato se ha basado en el castigo a la corrupción y en la necesidad de una regeneración democrática, sin que los elementos propositivos y programáticos gozaran de igual contundencia en su discurso. Una estrategia que, como se observó anoche, se ha estrellado contra las urnas, al parecer inmunes a los escándalos judiciales.

Si Camps buscaba la expiación social, la ha obtenido. Acosado por las investigaciones judiciales que lastran también el interior de su partido, ayer se la concedió la sociedad valenciana con un millón de votos. Fue un mensaje contundente —no abrumador—, que hará muy difícil desterrar a Camps del Consell pese al calendario judicial y que otorgará alas a quienes entienden la democracia como una mera suma de voluntades individuales, por encima de poderes como el judicial. Además, contribuirá a propagar la confusión de la que son rehenes algunos sectores del PPCV al equiparar el triunfo de Camps con el de su partido. El PPCV ha gravitado sobre una campaña en clave nacional, consciente de que el PSOE está agotado por el impacto de la coyuntura económica. El duelo: Rajoy/Camps contra Zapatero.

La hemorragia socialista ha canalizado votos hacia los partidos minoritarios a su izquierda. Compromís, de hecho, ha entrado en las Corts como un ciclón. Es la tercera fuerza, por encima de EU. Ha derribado la barrera diabólica del 5 %, que se erigía como una muralla inexpugnable, aferrándose a tres pilares: su creciente fuerza en los municipios, su presencia en la Cámara tras el matrimonio con EU y la absorción de miles de votos del desencanto socialista.

La incorporación de Esquerra Unida era tan previsible como la mayoría absoluta de Camps. La zozobra social y el declive del Estado de Bienestar bajo el Gobierno de Zapatero no ha hecho sino entregar votos de hastío y rebeldía a la opción que defiende sus cimientos y que representan Cayo Lara y Marga Sanz. Un voto que antes adoptaban los socialistas para contrarrestar a la derecha y que esta vez se ha sublevado y se ha diluido en las dos fuerzas a su izquierda, Compromís (la sorpresa) y EU.