Es muy duro hablar del fallecimiento de un niño y todavía parece más controvertido cuando se trata de un nonato. El impacto es tremendamente doloroso, puesto que se pasa de una preparación emocional para la llegada del nuevo miembro a la familia „que transformará la vida tal y como la conocemos„ a el pesar inesperado de la muerte de un ser que, sin haberlo conocido, tanto se quería. Podría parecer que la vida se queda tal y como estaba, que no pasa nada... pero la forma de ver el futuro empezó a cambiar desde el momento en el que uno se entera de que va a ser padre y, sin llegar a existir ningún cambio palpable, tu vida ya no es lo que era, ya cuenta con esa visión de futuro.

Se habla de duelo gestacional cuando la pérdida se produce durante los dos primeros trimestres del embarazo, mientras que el duelo perinatal se da durante el tercer trimestre de embarazo, el parto y la primera semana de vida del bebé.

Existen diferentes teorías que nombran sus propias etapas a la hora de gestionar un duelo, pero todas ellas coinciden en que el duelo es un proceso natural, necesario, saludable, único e intransferible. De ahí que muchas parejas no vivencien este proceso del mismo modo y sufran problemas relacionales tras la pérdida de un hijo.

Durante el duelo se experimentan muchas emociones (negación, rabia, sentimientos de culpa, depresión) y no siempre se desarrolla y finaliza el proceso de duelo de forma saludable, llegando a hacernos desarrollar síntomas físicos (alteraciones del sueño, falta de energía, dolor abdominal, perdida de peso) y alguno de estos duelos complicados: duelo retardado (donde los síntomas no aparecen hasta semanas o meses tras la pérdida); duelo ausente (donde no se expresan los sentimientos, como si nada hubiera ocurrido); duelo crónico (cuando se alarga en el tiempo la ansiedad y depresión por el fallecido y existe una clara obsesión por este); duelo inhibido (bloqueo emocional a hora de expresar la pena por la pérdida); o duelo desautorizado (la sociedad no permite la expresión del dolor por la pérdida).

Este último es el que más suele darse en el duelo gestacional, puesto que nuestro contexto niega el dolor por la pérdida de un ser que no se ha llegado a conocer, del que no se tienen recuerdos, del que ni siquiera nos podemos despedir en un funeral porque no se registra su existencia.

El modo de vida que llevamos nos empuja a avanzar y no nos permite detenernos en lo que «no existe». De ahí que nadie hable de estas situaciones. De este modo se niega la posibilidad de superar satisfactoriamente ese duelo, ya que no consiste en olvidar al ser perdido ni en sanar la herida que nos deja, sino en aprender a vivir con la cicatriz que nos queda. La única forma de superar un duelo es viviéndolo, llorándolo, no hay atajos.

«No me quites el duelo: el duelo es tan natural como llorar cuando te lastimas, dormir cuando estás cansado, comer cuando tienes hambre, estornudar cuando te pica la nariz. Es la manera en que la naturaleza sana un corazón roto». (Doug Manning)